22 abr 2014

Coming home

‘I'm coming home, I'm coming home 
Tell the world I'm coming home 
Let the rain wash away all the pain of yesterday 
I know my kingdom awaits and they've forgiven my mistakes 
I'm coming home, I'm coming home 
Tell the world that I'm coming’

Hablar del “hogar” es todo un tema. Dicen que el hogar es donde está el corazón… pero también dicen que el verdadero hogar es donde uno creció… hasta que uno tiene su propia familia… y crea su propio hogar… o es necesario tener una familia para tener nuestro propio hogar?

Cada que vuelvo a Veracruz digo que voy a casa, pero quiero decir a mi hogar, porque ahí crecí, porque ahí está mi familia, mis amigos… porque las cosas son familiares, sé a dónde puedo ir a buscar una rebanada de pastel a media tarde (Kathinka o Champlitte), un vestido para una fiesta (esa tienda donde Miri modela y nos hace ver a cualquiera que compre los mismos vestidos como Precious), o un esquite con cacahuates japoneses (Las brisas).

Sin embargo, la realidad es que cuando voy, no me siento del todo en mi casa; me siento una huésped en la casa de mis padres, una visitante en el cuarto de mi hermano. Sí, muchas de mis cosas permanecen allá (miles y miles de fotografías, muñecos de peluche y libretas Scribe ecológico) pero la realidad es que voy de paso un par de días con una maleta (a menudo con ropa sucia para lavar allá) y tupperwares para regresar a México con comida de mi mamá.

No me malinterpreten: me gusta ir a casa. Me gusta dormir en MI cama, que mi mamá prepare para dos días toda la comida que no he podido comer en meses, ir a desayunar a la Parroquia con mi papá, ir a la playa (cuando hay buen tiempo, o sea nunca que voy), estar con Camilo, ver a mis amigas. Lo que no me gusta es pasar más de 10 horas en un autobús (viaje redondo) y pasar allá apenas unas 48 horas porque no son suficientes.

Cuando voy a Puebla tampoco es muy diferente. Con todo el “calor de hogar” que aportan las personas, hacen que uno se sienta cómodo, y sí, tal vez, hasta “como en su casa”, pero nada se compara con llegar a la que uno llama su casa, ese espacio del que uno se apropia y el cual adapta a sus necesidades. Ese sitio para mí es México, es donde vivo, trabajo y de vez en cuando salgo a pasear.

Supongo que todo es cuestión de acostumbrarse. Yo ya estoy acostumbrada a ser independiente y tomar mis propias decisiones, aunque por el momento consistan en si compro pollo para cocinar o si como Maruchan toda la semana. Estoy acostumbrada a caminar al trabajo (y prácticamente a todos lados dentro de un rango aceptable claro está), a tomar leche entera y no de dieta, a bañarme con agua hirviendo y hasta a la presión del agua de mi regadera. Estas y otras cosas hacen que aquí me sienta en casa.

Me pasó también cuando estaba en Sheffield. Tuve oportunidad de viajar un poco, y con todo y mis maravillosos anfitriones (porque la verdad es que los hostales no son exactamente los sitios más cómodos y/o acogedores), y las increíbles mini vacaciones que tuve, siempre esperaba con ansias regresar al sitio donde vivía, mi departamento, mi cuarto, y todo lo que en ese momento me era familiar, la costumbre.

Después de cuatro días en Veracruz, de playa, descanso y largas y amenas/ilustrativas pláticas con “las amistades en la vacación”, me alegro de haber ido, pero estoy feliz de estar de regreso en casa, ese lugar al que ansío regresar, donde me siento cómoda y puedo hacer lo que quiero.


 
     
 
 

g.

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